Compromiso con la Universidad de Panamá

Eduardo Flores Castro

La Universidad de Panamá cumple 75 años. Es una institución que se aproxima a ser centenaria, por lo que corresponde adecuar cada uno de los pasos para construir la universidad que el país necesita en esta época, situada con calidad y dignidad dentro del concierto de centros de enseñanza superior de excelencia.

Somos responsables de perfeccionar una institución de valía, la que siempre ha luchado por ser símbolo del sentir nacional, porque nunca ha olvidado su condición de conciencia social y que ha sabido brindar el pensamiento para entender cada coyuntura. Con hidalguía, ha pasado de las aulas a las avenidas, para oponerse a toda forma de injusticia. Nuestro pasado es evidencia del compromiso con la ciencia, la tecnología y las humanidades, pero también con los destinos de la Nación: ese sello marca nuestra comprensión con las tareas que debemos asumir.

En la encrucijada actual, requerimos de un universitario que, a través de la formación humanística, posea una base moral, con entendimiento de la ética y de sus responsabilidades profesionales. Que tenga habilidades para comunicarse con efectividad. En donde a través del conocimiento de las ciencias sociales conozca la problemática actual y sus deberes como ciudadano del mundo. Que sea consciente de que la Universidad de Panamá es pagada por los impuestos de todos los panameños, por lo que tendrá una deuda con la sociedad.

Nuestros egresados deberán tener formación en ciencias administrativas y económicas, para que sean profesionales emprendedores, que creen soluciones innovadoras. Que asuman riesgos y que aprovechen oportunidades que pueden pasar inadvertidas para otros. Aspiramos a formar un profesional ligado al cambio, a la creatividad, a la innovación y a factores relacionados con la flexibilidad que cobran cada vez más importancia como fuentes de competitividad en una economía globalizada.

Estamos siendo impactados por la revolución en la información y la importancia del conocimiento como conductor del desarrollo, en donde la globalización nos acerca a las tecnologías de punta y a lo más evolucionado del saber. El número de profesionales con alta titulación y los aportes del Estado a la investigación son fundamentales para transitar hacia estadios superiores del desarrollo. Convertir nuestras debilidades en fortalezas es nuestra función. No hay otra opción. Las nuevas tecnologías de la comunicación deben irrigar el tejido universitario. Mientras posterguemos estos pasos, la universidad se verá incapacitada de cumplir el destino superior para la cual fue creada. La cooperación internacional y una presencia permanente en el escenario mundial son las únicas formas de enfrentar la globalización, desde la perspectiva humanística y científica.

La universidad deber ser una arena del debate, de la crítica enriquecedora, el escenario para que las discrepancias reciban el respeto que merecen. La democracia académica debe estar basada en la seguridad de sus docentes, en la confianza de que su posición se debe a la calidad de su gestión académica y al esfuerzo por generar educación de excelencia de todos los estamentos que conforman su espacio vital.

Necesitamos de un trabajador universitario que se alimente de la institución en valores y que la nutra de su condición de factor fundamental. Que haga de la universidad un lugar donde la docencia, la investigación y la extensión sean tareas compartidas con una sola meta: trabajar por una universidad que sirva a los más altos intereses del conocimiento. Solo a través de la educación afrontaremos la pobreza, la inseguridad, las enfermedades, el delito organizado, la corrupción, la injusticia y la desigualdad.

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